Tamara de Campos, Palencia
Los afectados de autismo y sus familias son diferentes unos de otros y viven en diferentes situaciones asistenciales y económicas: hay que saber los detalles de cada caso, para emitir un juicio sobre las decisiones que los padres toman. Creo sin embargo que hay que tener un común denominador de criterios objetivos teniendo en cuenta que la inclusión no es algo abstracto o absoluto si no una dirección y necesitamos señales que nos digan hasta qué punto la seguimos.
En el caso de la escuela -y similares preguntas se podrían hacer para otros niveles, ocupacionales, residenciales, etc-, hay por lo menos 3 cuestiones importantes:
< 1- ¿Está la escuela en el mismo lugar donde vive la familia? La familia, con alguna excepción, es la base de toda inclusión y sabemos que la continuidad es fundamental para los afectados de autismo. El afectado necesita relaciones, tiene una biografía y de acuerdo con el artículo 19 de la Convención de 2006, firmada por el Parlamento español en el 2008, el derecho a continuar viviendo en su comunidad. El emitir frases como “los intereses superiores del menor” y forzar separaciones para implementar un supuesto derecho a una educación considerada un bien en sí mismo en un vació contextual y biográfico, es peligroso y hasta moralmente perverso.
< 2- ¿Tiene la escuela un programa específico con gente formada para abordar los problemas del autismo? No estamos aquí hablando de un programa pegotón y cañí, con expertos auto-titulados sino de docentes que de verdad están formados y/o supervisados y de presupuestos vallados que no desaparecen y se usan para otras cosas cuando conviene a los directores, delegados o tutores. Esta formación incluye la capacidad de diálogo con la familia, pero cuidado con terapias o modificaciones de conducta, que requieren una importante formación adicional en los profesionales, sin la cual la familia estará expuesta a culpabilizaciones cuando en su aplicación chapucera algo salga mal.
< 3- ¿Es la escuela o el programa específico parte de una red de servicios de “cuna a tumba” que pueda minimizar las discontinuidades y apoyar a la familia con servicios de respiro, tiempo libre para el afectado, etc? El autismo es una discapacidad permanente, no nos olvidemos que no acaba cuando acaba la escuela, y los artículos 24, 25, y 26 de la Convención son ineludibles en este respecto. Los padres de los afectados se hacen viejos y se mueren. Sin tal “red”, que debería ser también una red de relaciones personales, las ocasiones de exclusión surgirán, por razones económicas, administrativas o de simple discriminación y esto podrá pasar, y pronto si la discapacidad es severa, haya ido el muchacho a una escuela especial u ordinaria.
En tanto que las respuestas a estas preguntas son positivas, estaríamos hablando de que la dirección es la de la inclusión. Y desde luego si además esto se puede hacer dentro de una escuela ordinaria mucho mejor. Pero una "inclusión" en una escuela ordinaria que se confunde con “integración”, que no da cancha a un curriculum habilitador y se hace sin apoyos específicos y asegurados, y no es parte de una red de servicios sin sisas, solo retrasará unos años las dinámicas de exclusión que pronto se ponen en marcha en escuelas especiales alejadas de la familia.
Hay que reconocer, que tales escuelas para discapacitados intelectuales, son con frecuencia el primer paso hacia la institucionalización en macro-centros o neuro-psiquiátricos, la medicación compulsiva e incluso el almacenaje deshumanizado. La resistencia en España a que se estudie lo que pasa en tales instituciones y al cambio en ellas, es un desafío en toda regla a las leyes estatales e internacionales, desafío “justificado” con un sinnúmero de regulaciones, normas y protocolos, algo sobre lo que la misma Convención se pronuncia en su artículo 4. Si nuestros fiscales fueran como los attorneys americanos, o la prensa realmente investigara en profundidad, empezaría a desbrozarse la burrufalla y las falacias de las que muchos expertos, políticos e incluso, me temo con pesar, algunos líderes de asociaciones parecen cómplices.
Vidas sin esperanza.
En fin, ¿quién es el portavoz de nuestros hijos? ¿Qué nos dicen sus actos, su historia, sus gestos, sus propias resistencias? Si ni los padres ni la Convención les representan ¿quién es el dueño de su voluntad? ¿La tienen o pertenece a un estado cuyos sirvientes ignoran la Ley? Lo cierto es que sin respuestas positivas a las 3 preguntas hechas antes, la exclusión será inevitable tarde o temprano. Y tengamos el valor de reconocer la verdad, el autismo, por mucho circo que se haga, es la discapacidad con mayor riesgo de exclusión, nuestros hijos los más rechazados, los índices de depresión y hasta de suicidio-asesinato altruista en nuestras familias entre los más altos, y el vacío de servicios en muchas provincias absoluto; ya va siendo hora de que hagamos algo, la Convención dice que su atención debería ser prioritaria.